Arar la vida: Alternativas para estados angustiados

No es ninguna casualidad que la prístina naturaleza virgen de nuestro planeta vaya desapareciendo a medida que se desvanece la comprensión de nuestra íntima naturaleza salvaje.

Mujeres que corren con lobos

 

 

Despertar escuchando ambulancias y helicópteros, acostarse escuchando ambulancias y patrullas. Salir a la calle y sólo encontrar rostros cubiertos con miradas preocupadas; abrir las redes sociales y percatarse que todo gira en torno al virus: cifras, datos, pseudo-investigaciones, mensajes de “vamos a salir de ésta” o violencia enfocada a poblaciones sospechosas de portar la enfermedad. El virus está en todo. La totalidad de nuestras acciones, de nuestra vida cotidiana se ve enfrascada en el miedo y la incertidumbre por ésta nueva pandemia.

Nuestra vida moderna[1] estaba tan acostumbrada a una supuesta seguridad, a un control sobre el mundo y sobre la naturaleza, que en el momento que llegó un minúsculo ser-no-vivo a poner en jaque nuestras certezas, el mundo comenzó a colapsar. “¿Qué no éramos los señores de la creación?”. Y entonces, los caminos parecieran cerrarse, si no hay cura para el virus, entonces quizás “no saldremos de está”, y si salimos aún queda la duda sobre cómo será nuestra nueva normalidad.

Abrimos el ensayo entre palabras de Clarissa Pinkola y una breve reseña de la cotidianidad de quien escribe ¿Para qué?  Para dar las primeras pinceladas de lo que será este ensayo: un intento por mostrar otras alterativas para resistir la pandemia. Hablar de alternativas no significa pretender dar una solución, significa pensar en nuevos comienzos para la humanidad, inicios que se adapten a las singularidades existentes en cada sociedad, país o pueblo de este planeta. Los caminos que señalaremos están enfocados en no pensar la vida y la muerte como opuestos, sino como parte de un proceso dentro del ciclo, y a su vez, pensar el tiempo en ciclos y no como una línea evolutiva. Siendo la vida humana parte de un ciclo en la naturaleza, el cuidado de ésta requiere de un entendimiento del cuerpo diferente y por ende de cuidados y medidas preventivas acordes a dicho entendimiento. También hablaremos de eso. En resumidas cuentas, el enfoque que daremos a nuestra palabra se guía en las experiencias y enseñanzas de los pueblos ancestrales, en cuyas lecciones vemos opciones viables de continuar como humanidad en este mundo, pero sin seguir agrediendo a la Tierra y todo lo que habita en ella.

En el caso de nuestra indagación, queremos sumarnos a la palabra que viene desde el territorio conocido como América Latina, o para muchos de nosotros Abya Yala, reconociendo el esfuerzo por autonombrarnos fuera de los conceptos colonizadores. Nos sumamos a la idea de pensar vías que surjan desde acá. Queremos llegar a quien tenga la mirada atenta y el oído abierto a escuchar otras formas de contar la historia del presente. Ese es nuestro objetivo.

Porque a pesar de los esfuerzos por generar conocimientos que nazcan del Abya Yala, todavía hay quienes piensan en pocas vías de solución al problema que estamos atravesando. Pareciera que no ven o no quieren voltear a ver el extenso legado que dejaron los pueblos originarios sobre la sobrevivencia a las pandemias y a los fines del mundo. Sí, el fin del mundo ya ha ocurrido muchas veces.

Tal como lo mencionan Yuderkys Espinosa y Katia Sepúlveda en su artículo  “Repensando el apocalipsis: un manifiesto indígena anti futurista”, el fin del mundo ya ha estado en estas tierras.[2] Ha venido con nombre de colonizador, quien ha saqueado las antiguas ciudades, ha robado las tierras y envenenado las aguas, ha asesinado sin compasión a pueblos enteros y ha impuesto culturas y religiones que gobiernan totalitariamente. Ha querido imponer la idea del apocalipsis y el fin del mundo, para sembrar el miedo y la devoción a una religión ajena.

Los indígenas, los negros, las mujeres, lxs maricas, han sobrevivido a ese fin que se repite una y otra vez. No hay una conclusión definitiva, el fin viene dado a cada ciclo temporal. Por decirlo de otra forma, pondré el ejemplo del trabajo en el campo. Quien trabaja el campo conoce los ciclos de la Luna, porque ella está relacionada directamente a la Tierra y sus nutrientes; así, los campesinos saben que dependiendo la fase lunar, es lo que se puede sembrar o no sembrar, y también cuando se puede cosechar. En éste proceso no hay un final definitivo, sólo hay un cambio de ciclo. Así pasa con la historia, no hay final definitivo, pero si hay cierres de ciclos, de épocas, de historias.

Gira y da vueltas: El tiempo

Pensar en los ancestros y su lucha por permanecer en esta tierra, es pensar en los mecanismos que implementaron para sobrevivir, así como la visión del mundo que todavía permea en sus resistencias hacia la defensa de la vida –llámese territorio, agua, lengua o cultura-. Para encontrar estos mecanismos de defensa y resistencia hay que adentrarse en sus mitos y sus rituales. En ellos se esconden los significados que le han dado al mundo y a la vida. El juramento yaqui es uno de los destacables.

El juramento trata de un diálogo entre un guerrero yaqui y el orador, éste le habla de una muerte anticipada. Para el guerrero no habrá ni luz ni Sol, ni día ni noche, no habrá dolor, ni hambre ni temor; todo ha concluido excepto una cosa: la defensa de su pueblo. Los yaquis, un pueblo del norte del territorio mexicano, poseen una visión del mundo dónde la defensa de la tierra es uno de ejes que rigen su vida. Las  persecuciones y saqueos que han vivido a lo largo de la historia por parte de conquistadores y gobiernos, han formado en ellos una posición de resistencia y defensa frente a todo aquello que amenace su tierra y su cultura. El juramento yaqui explica una de sus máximas: la vida se ofrenda en favor del pueblo, su defensa requiere de una lucha que puede terminar en muerte, pero esa muerte no es en vano, y al ser un sacrificio, asegura que será un final digno para el guerrero. La vida y la muerte adquieren otro significado. La muerte del guerrero es parte del ciclo de la vida del pueblo, porque al morir defendiendo el territorio, permite que su pueblo pueda mantener su autonomía y preservar su cultura. Y por su parte, la vida del pueblo yaqui es posible gracias a los múltiples esfuerzos de guerreros y guerreras que en tiempos pasados han muerto en defensa de la tradición.

La intención con ésta breve explicación es mostrar dos nociones fundamentales: la vida y la muerte. En primera, la vida se simboliza como una ofrenda para algo más grande, en este caso la preservación del territorio y la cultura de un pueblo indígena; en segunda, la muerte se significa como parte del ciclo de la vida y no como el fin de la misma. La muerte y vida individual, sin negar el valor de cada persona, se sitúan en referencia a la vida de la cultura yaqui. Éste sólo es un ejemplo de la temporalidad cíclica con la que algunos pueblos ven la naturaleza.

Plantas medicinales: los remedios de mi abuela

Ahora, pensando en la ciclicidad del tiempo, dónde la muerte es posibilitadora de la vida ¿por qué resistirse a la muerte en estos tiempos? Hay muchos caminos que pueden responder la pregunta, el que elegiremos entiende que, en la dualidad entre vida y muerte desde una cosmovisión y una cosmovivencia[3] indígenas, se da un equilibrio. Cada ser que habita el mundo es parte de una inmensa red que genera vida y muerte una y otra vez. El árbol seco se convierte con los años en hogar de animales, insectos y hongos, el animal muerto es alimento de otros animales y de los insectos, y luego es abono para la tierra. Todos estamos dentro de esta red. Pero cuando una parte de ella se fractura, desequilibra todo lo demás. Desde ésta visión, las enfermedades, sobre todo las que se convierten en pandemia son consideradas fracturas del equilibrio.

Regresando a la vida moderna, con sus esperanzas puestas en el progreso y el desarrollo científico, encontramos la fractura. Basta con leer sus investigaciones más recientes, que señalan como factores para la evolución y propagación de enfermedades, a la deforestación de las selvas tropicales y subtropicales, así como la caza indiscriminada de animales. Si a esto le sumamos la industria farmacéutica y el uso desmesurado de medicamentos para cualquier mal o dolor, el desequilibrio es más notorio.

Hemos dejado de pensar nuestros cuerpos como parte de la naturaleza, y constantemente les llenamos de sustancias químicas, legales o ilegales, que dañan el funcionamiento orgánico de cada uno de nosotros. Cuando llega una enfermedad que resulta ser letal para una gran cantidad de población, como en el caso de ésta pandemia, lo primero que se investiga, es como atacar la enfermedad, y no qué de nuestros hábitos o acciones la generó. La enfermedad es vista como un enemigo y no como la consecuencia de nuestro desequilibrio como sociedad moderna frente a la naturaleza.

Tal como se dijo en el principio, lo que queremos es pensar en alternativas para hacer frente a una enfermedad que aún no sabemos cuándo podrá adaptarse a nuestros organismos y nosotros a ella. Una de las alternativas que proponemos es regresar a los libros y compendios de herbolaria, recuperar la voz de las abuelas y sus remedios naturales para síntomas y malestares. La transmisión oral de los saberes es importante. Recordando las experiencias, las anécdotas y hasta las imágenes, producto de nuestra memoria de la infancia, podremos encontrar que muchas de nuestras ancestras tenían en sus jardines hierbas medicinales que ellas mismas cultivaban y de las que no cultivaban, tenían pequeños dispensarios con estos remedios, los cuales ocupaban cuando había necesidad. No queremos trasladarnos a un tiempo tan lejano del cual sólo quedan crónicas, queremos traer ese pasado aún palpable, donde los ríos corrían por las que hoy son avenidas pavimentadas de ciudades grises y sin vida. Queremos pensar en lo que fue antes de que el capitalismo devorara mucho más rápido nuestros cerros y comunidades. Eso es traer la memoria del pasado al presente.

El valor que estas enseñanzas tiene, además del mejoramiento de la salud en cuerpos enfermos, es el entendimiento del cuerpo como parte de la naturaleza. Siendo el cuerpo algo orgánico, a veces los medicamentos procesados sólo ocultan los síntomas de una enfermedad que puede estar atacando varias partes del cuerpo o incluso el cuerpo colectivo. La medicina occidental tiende a no alivia el cuerpo (volverlo a su equilibro) sino sólo engaña a los sentidos manteniendo un estado de confort mientras muchas más enfermedades o malestares pueden estarse desarrollando. Se ha demostrado, por ejemplo, que el uso excesivo de antibióticos, destruye la flora natural del sistema digestivo, propiciando enfermedades como la diabetes.

Todo vuelve al Uno: La Madre Tierra

En el primer apartado mostramos la ciclicidad del tiempo en culturas originarias como los yaquis, y vimos como la muerte significa la sucesión a nueva vida, y en la vida está contenida la muerte y el sacrificio de otras formas de vida. La temporalidad cíclica abre un surco por el que podemos caminar. Este sendero trazado no sólo trata de cuestionar y criticar la visión progresista de la sociedad moderna, cuyos resultados han sido catastróficos; Entre los cuales está el creernos superiores a la naturaleza, por el hecho de ser “evolucionados”; también es el sendero que nos lleva a un cruce importante, presente en el segundo apartado: la recuperación de los saberes ancestrales como medio de resistencia a la nueva enfermedad.

Recuperar saberes tan milenarios como lo es el uso de plantas y raíces para aliviar, mejorar y sanar nuestros cuerpos, puede ayudar incluso en el reforzamiento de nuestro sistema inmune, y eso en estos días se valora más que todo el oro del mundo, al menos para quienes no podemos quedarnos en casa eternamente, esperando la cura farmacéutica del virus.

Éste dúo de matices dentro de la gran obra que es la vida, son necesarios en tiempos oscuros, donde la tristeza, el hambre, la desesperación y la incertidumbre, nos agobian a gran parte de la población mundial. Su necesidad se encuentra en que al saber alternativas, podemos darnos un respiro y pensar que “aun existe una salida”. Y la hay, pero cualquiera que sea debe estar planteada fuera de los términos civilizatorios que el sistema capitalista moderno nos ha inculcado por siglos. Dichos términos han justificado genocidios, guerras, endeudamientos de pueblos enteros, y el saqueo a todas las formas de vida que habitan la Madre Tierra.

Las palabras que escribimos no sólo son de reflexión, también buscan dar aliento. Es necesario el abrazo y la caricia ahora, cuando no puedes abrazar y sentir la humanidad del otro o la otra. Las personas que atraviesan distintas situaciones vulnerables como la guerra, la migración, la pobreza, el racismo, y un largo etcétera, son con quienes tenemos que compartir ésta palabra y de quienes tenemos que aprender. En los mecanismos que implementen en tiempos futuros, existe la posibilidad de un nuevo comienzo.  El pasado guarda secretos que hoy tenemos que desempolvar y prestarles atención. El futuro, hoy como nunca antes, es la extrema posibilidad de enmendar nuestros errores con todo lo viviente y comenzar con vistas a otras relaciones entre humanos y no humanos, incluidos virus y bacterias.

Las posibilidades pueden ser infinitas, pero el tiempo de actuar es ahora, no hay tiempo que esperar. Hemos esperado tanto un punto de quiebre en nuestras vidas, que ahora que lo tenemos frente a nosotros, tenemos que empujar colectivamente hacia nuevos horizontes. Ha llegado el momento de des-esperar. Con la certeza que pueden ocurrir hechos infortunados, pero si la muerte y el sacrificio generan vida y regeneración, apostemos por esa muerte, una que traiga vida.

[1] Modernidad entendida como un proyecto civilizatorio en constante remodelación y reconfiguración, y en cuyas características se puede mencionar el progresismo y el individualismo.

[2] Cf. Katia Sepúlveda, Yuderkys Espinosa Miñoso, “Repensando el apocalipsis, un manifiesto indígena antifuturista”, en https://lavoragine.net/manifiesto-indigena-antifuturista/  [Consultado el 13 de mayo de 2020]

[3] A partir de la experiencia de Carlos Lenkersdorf en comunidades tojolabales, esto en la región central de Chiapas, llega a definir como cosmovivencias, a todas las cosmovisiones relacionadas a las convivencias de la gente. Cf. C. Lenkersdorf, Filosofar en clave tojolabal, México, Miguel Ángel Porrúa, 2005

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